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Capítulo
48: Lo más bonito de mi vida.
Edward pov.
Sin duda,
era la mujer más hermosa de todas…
No podía
apartar la mirada de sus suaves hombros, de su delicada espalda, de su sexy trasero…
Y pensar en
lo que pasó anoche, me ponía la piel de gallina.
¿Cuándo se
dará cuenta que es realmente atractiva para todos? ¿Qué es la mujer más
caliente que podría haber visto jamás?
Y lo peor
de todo esto era cuando mi autocontrol estaba al límite… eso solía pasar por
las noches, cuando dormíamos… más bien cuando ella dormía y yo la vigilaba como
un auténtico enfermo.
No sé las
innumerables duchas de agua helada que me había tenido que dar, en las últimas
semanas, para que mi excitación bajara. Pero la realidad era que, su trasero
restregándose, inconscientemente, sobre mi pobre “eddie” mientras dormía, no
ayudaba en lo más mínimo.
De nuevo,
pensé, inconscientemente, en sus gruesas lágrimas que se derramaban por su
hermoso rostro y en su mirada desolada diciéndome que sentía que la iba a dejar
en cualquier momento…
Se me puso
el bello de punta con tan sólo pensarlo.
Joder… si
mi vida sin ella no tendría ningún sentido.
-Tío-
Emmett me sacó de mis pensamientos- Voy al baño- le miré ceñudo.
-¿Para…?-
sabía perfectamente lo que haría con Rose en un baño encerrado…
-Para…
¿mear?- me dijo negando divertido- Eddie… vas a ser papá en breve, asienta la
cabeza, hombre- me golpeó “suavemente” en la espalda y se levantó con su
sonrisa de niño, enseñando los hoyuelos.
Rodé los
ojos.
Éste no
cambiaría nunca.
-Baila
conmigo, mi vida- me tendió la mano mi madre y le sonreí torcidamente- Oh,
querido, te pareces tanto a tu padre con tu edad…- me sonrió maternalmente y me
besó en la mejilla antes de tirar de mí y llegar a la pista de baile.
-Seguro que
yo soy más guapo, mamá- le dije con una sonrisa socarrona y ella soltó una
carcajada preciosa.
-Sí, pero
no se lo digas a tu padre- solté una carcajada y comenzamos a bailar.
La verdad
que me alegraba de que mi padre me hubiera enseñado a bailar tan bien, ahora
podría bailar casi cualquier cosa con elegancia.
-¿Qué tal
Bella?- me preguntó de repente y la miré a los ojos.
-Hermosa-
le dije a boca llena y mi madre sonrió ampliamente.
-Esa mirada
de amor sí que es igualita a la de tu padre- admitió con una risilla y yo
asentí complacido- Tenéis tanta suerte, mi niño, os veo tan felices que me
entran ganas de tener veinte años menos…- le besé en la frente con ternura y
seguí mi paso.
-Bueno…
ahora podréis disfrutar de vuestro nieto en dos semanas, mamá, así que
recordarás bastante cuando nos tuviste- ella asintió sonriente.
-Y que lo
digas…- la canción terminó y besé a mi madre en la mejilla antes de
entregársela a mi padre.
-Cuidado
con la mujer más bella de todas, muchacho- dijo mi padre con esa sonrisilla
socarrona, tan igual a la mía.
Sonreí
ampliamente.
-Faltaría
más, cuídala, se merece lo mejor- le guiñé un ojo a mi madre y éste se ruborizó
con una sonrisa.
Fui a
sentarme a nuestra mesa y me extrañó no ver a Bella ya de vuelta.
-Tu mujer
está hermosa, cariño- Al me abrazó desde atrás y enrolló sus pequeños brazos en
mi cuello.
-Lo es-
coincidí con ella y le besé en ambas manos- ¿Dónde está mi pequeña brujilla?-
Al soltó una carcajada contagiosa.
-Está con
su nueva tía Leah, enseñándosela a sus amigas- me besó en el tope de la cabeza
y se sentó a mi lado- No quiero que te asustes…- mi cuerpo, involuntariamente,
se puso rígido y la miré directamente a los ojos, ésos tan iguales a los míos.
Cada vez
que Alice decía esa frase, pasaba algo y la mayoría de las veces, era horrible.
-¿Qué pasa
Alice?- le dije alarmado, conociendo tan bien el sexto sentido tan raro que
tenía mi hermana.
-Presiento
algo muy feo…- suspiró y me cogió ambas manos.
-¿Y por qué
me lo dices a mí? ¿Tiene algo que ver con Bella o con el bebé?- ella cerró los
ojos brevemente y los volvió a abrir, pero ésta vez tenían un brillo de
tristeza.
-No sé por
qué te digo esto… es una tontería- intentó irse, pero se lo impedí.
-No, Alice,
dímelo- clavé aún más mi mirada en la suya.
-No lo sé
exactamente, Edward, pero sí, tiene que ver con Bella…- cerré los ojos y los
volví a abrir al cabo de los segundos- Por cierto… ¿dónde está?
La busqué
involuntariamente con la mirada por toda la carpa y no la vi en ningún lugar.
-Ha ido con
Rose al baño- fruncí el ceño y pensé que ya deberían haber vuelto hacía un
rato- Ya debería estar aquí.
Alice se
levantó y yo hice lo mismo que ella en un nanosegundo.
En ese
momento, llegaron Rose y Em, muy acaramelados y riéndose a carcajadas.
-Chicos-
les llamé reuniendo toda la paciencia que podía reunir en ese momento- ¿Dónde
está Bella?- los dos pararon de reír y me miraron seriamente.
-Emmett nos
encontró de camino y lo acompañé al baño- dijo Rose a modo de explicación y su
cara palideció- Y Bella venía para acá- fruncí el ceño y mis puños se apretaron
fuertemente, tanto, que temía que me partiese los nudillos.
-Oh, Dios
mío…- murmuró Alice y miró a todas partes.
-¿No ha
llegado aún?- la voz de Emmett era seria, esa a la que nunca le veías, a
excepción de momentos de verdadera gravedad.
-¿La ves
aquí?- me estaba empezando a desesperar y lo estaba pagando con quien menos
culpa tenía- Perdona, tío…- le dije arrepintiéndome al instante de mi tono.
-No te
preocupes- mi hermano se separó de su esposa y me palmeó la espalda- La
encontraremos.
Ahí mi
mundo cayó a mis pies y comencé a moverme como un puto psicópata.
-Yo iré
contigo- intervino Emmett a mis espaldas- Al, avisa a todos y que busquen por
todas partes.
Nos
encaminamos a la dirección de los baños y cuando salimos de la carpa, algo
brillante llamó mi atención.
Me paré en
seco y me agaché para cogerlo.
-Es el
pendiente de Bella…- cerré los ojos, conteniendo las enormes ganas de llorar
que tenía en este momento.
Esto no
pintaba bien y estaba seguro que era toda mi maldita culpa.
JODER.
-Eh, tío,
tranquilo, no te martirices- Emmett me ayudó a levantarme y nos dirigimos hacia
los baños.
Buscamos
por todos y cada uno de los rincones de la enorme finca, con el gerente al
cargo, y no encontramos nada referente a Bella.
-¿Están
seguros de que no se ha ido de la fiesta?- preguntó el gilipollas estirado, lo
fulminé con la mirada.
-¿Cree que
mi mujer de ocho meses y medio de gestación puede irse sola de aquí?- le escupí
en la cara y él negó enfáticamente.
-¿Qué hay
en los alrededores?- intervino Emmett viendo mi cara de asesino en serie.
-Detrás de
la finca hay un bosque enorme- no sé por qué, pero me vino una sola persona a
la cabeza.
Tanya.
¿Podría ser
capaz? ¿Podría atreverse si quiera?
¿Todavía
debería haber pasado más para que te des cuenta que es capaz de todo? Me gritó
la voz de mi maldita conciencia y supe que tenía razón.
-Emmett,
vamos al bosque- le dije inmediatamente, dejando al engominado ahí parado.
Corrí,
corrí y corrí como si mi vida dependiera de ello y escuché la voz de Jake a lo
lejos.
-¡SOCORRO!
¡SOCORRO!- gritaba desesperado y a este punto, lo veía todo rojo.
Corrí,
dejando atrás a Emmett, y llegué al sitio dónde provenía la voz.
La imagen
más horrible y demoniaca se plantó antes mis ojos…
Bella
estaba con los ojos cerrados, con las lágrimas surcando sus sonrosadas
mejillas, dejando un reguero hasta su cuello de cisne. Su boca estaba entre
abierta y sus manos cogían su vientre con fuerza y determinación.
Bajé más mi
mirada y pude ver cómo su vestido estaba empapado desde su cintura hasta sus
pies.
Y eso sólo
podía significar una cosa.
-¡EDWARD!-
me gritó Jake y parpadeé rápidamente antes de acercarme a ella.
-¿Qué ha
pasado?- le dije sin apenas voz y puse dos dedos en el interior de su muñeca,
tomándole el pulso.
-Se ha
desmayado y creo que ha roto aguas…- dijo el pobre chico y yo la cogí en
brazos, agradeciendo a Jake con la mirada- Una mujer morena estaba con ella…-
Jake señaló a un cuerpo tirado en el suelo, el cual no me había percatado hasta
ahora.
Era Tanya.
La mujer
por la que más arcadas y odio sentía en este momento.
Y me juré
en ese momento que si algo les llegara a pasar a las dos personas más
importantes de mi vida, mataría a Tanya con mis propias manos.
-Jake, es
Tanya, mi ex, te lo explicaré cuando tenga tiempo- él asintió- No dejes que se
vaya y por favor, llama a la policía.
-Claro que
sí, joder…
Me encaminé
rápidamente hacia dónde estaba Emmett.
-¡PAPA,
AQUÍ!- gritó Emmett y lo que pasó a continuación fue un maldito caos.
Corrí con
Bella en mis brazos y mi padre y toda la familia llegaron cuando salí del
bosque.
-¿¡QUÉ HA
PASADO!?
-¿BELLA?
-¿¡HA ROTO
AGUAS!? HAY DIOS MÍO…- mi madre se había percatado de lleno.
-¡JODER!-
grité exasperado y en ese momento sentí que Bella se removía.
-¿Ed…
Edward?- parpadeó rápidamente y sus ojos se encontraron con los míos.
-Mi vida-
sonreí por primera vez antes de que este caos comenzara y le besé en la frente.
-Oh, dios
mío, Edward, he roto aguas…- intentó moverse, pero se lo impedí.
-Lo sé,
preciosa, lo sé- la tranquilicé.
-Carliste,
el coche está listo- intervino Jazz y me giré en su dirección y me encaminé
hacia la entrada de la finca.
-Vamos,
hijo, no hay tiempo que perder- mi padre tocó la frente de Bella y le sonrió.
Llegamos al
Mercedes de mi padre en un minuto y dejé a Bella, con mucho cuidado, tumbada en
los asientos traseros y yo me senté en el hueco libre, poniendo su cabeza en
mis muslos.
Emmett se
metió en el asiento del copiloto y mi padre arrancó casi con violencia y pronto
nos incorporamos a la autopista.
-No dejes
que le pase nada, Edward, por favor- varias lágrimas comenzaron a derramarse
por el rostro de mi mujer y mi alma se rompió en dos.
-Ni a ti ni
a nuestro bebé os pasará nada, mi vida- le besé en la frente y su cuerpo se
sacudió de dolor.
-Oh,
¡mierda!- rugió con sus ojos cerrados y supe que era una contracción.
-Bella,
respira hondo- hice lo mismo que les enseñaban en sus clases de pre parto y lo
que tantas veces había tenido que hacer para ayudar a nacer a tantos niños.
-Hola, aquí
el Doctor Cullen, director del Hospital de Manhattan- mi padre estaba hablando
por el manos libres- Necesito que tengan lista una camilla y un paritorio en
cinco minutos- ¿cinco minutos? ¿Enserio íbamos a llegar en cinco minutos? Mi
padre me miró con el espejo retrovisor y asintió como leyéndome el pensamiento.
-Por
supuesto, Doctor Cullen- creo que era Sarah- Ya está listo, no se preocupe.
-¡JODER!-
Bella me cogió la mano y la apretó tan fuerte que ni siquiera sentía el bombear
de la sangre en ella.
Le besé en la frente y luego en los labios.
-Tranquila,
mi vida, ya queda poco…- ella asintió y respiró profundo.
Expiró e
inspiró repetidas veces.
-Tiene
contracciones cada minuto y medio, estará aquí pronto- dijo mi padre y levanté
la mirada- Eso es bueno- asentí sabiendo el punto y dirigí mi mirada al cuenta
kilómetros.
Vale,
doscientos cincuenta kilómetros por hora…
Me
importaba un carajo la velocidad, las posibles multas y todo en general.
Sólo quería
que mi mujer y mi hijo no corrieran ningún peligro.
Dicho y
hecho, en cinco minutos llegamos a la puerta de Urgencias.
Bella pov.
Esto dolía
como el propio infierno.
Parecía que
tenía la regla y tenía un jodido dolor de ovarios multiplicado por quinientos
mil. Y lo peor era, que como bien había dicho Carliste, lo estaba soportando
cada minuto y medio.
-Te amo-
susurró Edward antes de sacarme del coche y tumbarme en la camilla que me
esperaba junto con cinco médicos, entre ellos, pude distinguir la melena de
Carmen.
-Vamos,
preciosa, que pronto verás su carita- la pobre mujer me quitó el sudor que
tenía en la frente y me acarició la mejilla.
La camilla
comenzó a moverse rápidamente y con ella, todos los médicos de su alrededor.
Ni Edward
Ni Carliste dejaron de apretarme las manos, uno a cada lado de la camilla,
mientras nos adentrábamos en el hospital.
-Carliste,
está todo preparado, el anestesista está esperando en el paritorio- le dijo un
médico a mi suegro y éste asintió.
-Chicos,
vamos a ayudar a nacer a mi nieto- mi suegro me sonrió tiernamente y me besó en
la frente cuando entramos en el ascensor.
-Agg- grité
doblándome de dolor nuevamente.
J O D E R.
Si hubiera
sabido que esto dolía tanto, le hubiera cortado el miembro a mi querido esposo.
-Tranquila,
pequeña- susurró Edward acariciando mi mano, indicándome que no fluía sangre en
la suya por mi agarre. La solté de inmediato y su sonrisa se amplió- Inspira,
expira- le hice caso- Así.
Sus
esmeraldas no dejaron mis ojos en ningún momento, mirándome tan intensamente
que nada más importaba alrededor. Éramos, él, nuestro bebé y yo.
Sentí que el
ascensor se paró, indicándonos que habíamos llegado a nuestra planta y de
nuevo, una carrera hasta llegar al paritorio.
En este
momento, sólo podía concentrarme en mi bebé. Miré hacia mi abultadísimo vientre
y un olor a desinfectante y alcohol llenó mis fosas nasales.
Edward me
soltó y lo miré horrorizada.
-No me
dejes- musité con un miedo. El mismo miedo que sentí cuando el hijo de puta de
Thomson dijo que mi hijo estaba deforme.
Varias
lágrimas se escaparon, casi sin permiso, de mis ojos.
-No voy a
ninguna parte, mi vida, voy a ponerme la bata- me aclaró con una sonrisa antes
de agachar su cabeza y besarme en la frente- Me haces el hombre más feliz de
todos, princesa- sus tiernas palabras provocaron más lágrimas por mi parte y
sonreí sin poder evitarlo.
-Te amo-
susurré antes de sentir que me movían y con una facilidad increíble, me
pusieron en la camilla del paritorio.
Me rajaron
el vestido y automáticamente, me pusieron la típica bata de hospital, mi ropa
interior también había desaparecido en un santiamén. Yo sólo podía buscar a
Edward.
-¿Edward?-
lo llamé y otra contracción se clavó en mi cuerpo como una condenada.
Grité
desesperada.
-Estoy
aquí, mi amor- me quitó el flequillo que se había pegado en mi frente y me la
besó antes de acariciarme las mejillas, con ternura, quitando el reguero de
lágrimas. Agarró mi mano justamente como la tenía hacía tan sólo unos segundos
y cerré los ojos del dolor desgarrador que estaba soportando.
-TE JURO,
EDWARD CULLEN, QUE COMO ME DEJES OTRA VEZ EMBARAZADA, ¡TE LA CORTO!- rugí fuera
de sí abriendo los ojos de golpe y él palideció.
-Vamos,
joder, que ha roto aguas hace veinte minutos y ya sabéis lo que pasa- declaró
Carliste y no pude evitar mirarle.
-¿Qué
pasa?- otra contracción me dobló de dolor y rugí como si estuvieran cortándome
por la mitad- ¡DIOS!- cerré los ojos y no sentí que me habían puesto el gotero
hasta que un cable impidió que mi mano fuera al otro extremo de mi vientre.
-Epidural-
dijo Edward tajantemente y yo lo miré horrorizada.
Otra vez
no, joder, ahora no. La misma discusión no.
Otra
contracción.
-Vamos,
incorporadla- dijo el que supuse era el anestesista.
-¡QUE NO
QUIERO EPIDURAL NI LECHES!- grité desesperada y de nuevo, otra contracción.
Ahora me
arrepentía de lo que acababa de decir.
El dolor
era desgarrador e iba aumentando considerablemente en segundos…
No podía
imaginar algo con qué compararlo.
-Vale, sin
epidural…- intervino mi suegro poniéndose unos guantes de látex y poniéndose al
lado de Carmen, o eso creía.
-Tiene diez
centímetros de dilatación- dijo Carmen, verificando mi pregunta no formulada y
de nuevo, otra contracción hizo que ahogara un gemido de dolor, apretando mi
espalda contra la camilla más fuertemente, sintiendo un fuego en mi bajo
vientre- Está lista- concordó y Edward me cogió la cara para que lo mirase sólo
a él.
-Cariño- me
sonrió tranquilizadoramente- Ahora vas a empezar a empujar, ¿vale?- asentí y
una lágrima se escapó involuntariamente de mi ojo izquierdo- Tú puedes, mi
vida, vamos a conocer a nuestro hijo- me besó en la punta de la nariz y supe
que éste era mi momento.
-Vale-
susurré y empujé con todas mis fuerzas.
Sentí cómo
mi hijo resbalaba un poco de donde estaba encajado anteriormente. Me quedé
bloqueada momentáneamente por cómo el cuerpo humano podía adaptarse a este gran
cambio… al nacimiento de un hijo.
Sonreí, a
pesar del enorme cansancio que se acumulaba en mi cuerpo y el dolor
indescifrable que sentía en todo mi ser.
-Así, es,
mi niña, sigue- me incitó Carmen y empujé de nuevo, apretando la mano de Edward
con más fuerza que antes. Cayendo en la camilla nuevamente, completamente
exhausta y cansada.
Edward me
limpió la frente de sudor y luego me besó la mejilla.
-Tú puedes,
princesa- susurró y abrí los ojos con fuerza antes de mirarle.
Sus ojos
tenían ese brillo especial que le había visto cuando le dije “si, quiero”, ese
brillo cuando le dije “estoy embarazada”, pero tenía un matiz diferente. Ese matiz
que le había visto a mi padre tantísimas veces cuando me sentaba en su regazo y
le contaba cómo me había ido el cole, ese mismo matiz que veía en Carliste
cuando observaba, maravillado, a sus tres hijos.
Sí, la
mirada de un auténtico padre.
Volví a
sonreír, pero esta vez con cansancio.
-Bella,
cariño, ya vemos su cabecita- dijo Carliste emocionado, para que no me
rindiera, pero yo sólo tenía ojos para Edward.
-Hermosa,
eres fuerte, vamos, otro empujón más- me susurró Edward mientras posaba su mano
en mi antebrazo.
Y eso fue
lo único que me bastó para forzar a mi cuerpo a que hiciera un poco más de
esfuerzo. Apreté aún más y mi cuerpo cayó lacio en la camilla, ya no podía más…
-¡Vamos,
preciosa!- Edward medio gritó alentándome a que siguiera y yo abrí mis cansados
ojos y muchas lágrimas cayeron por mis mejillas.
-No puedo
más- cerré mis ojos, totalmente agotada.
No podía…
había llegado más que al límite de mis fuerzas.
-No puede
respirar… tiene el cordón umbilical alrededor de su cuello…- abrí los ojos de
golpe al escuchar la voz de Carliste y saqué las fuerzas de dónde nos las tenía
y me incorporé con un dolor horrible en mi pelvis.
-¡ANESTESIA!-
rugió Edward y vi por el rabillo del ojo, que el mismo hombre de antes me
inyectaba un líquido blanco y viscoso en la vía que tenía abierta en mi mano.
-¡Sácalo,
Carliste, no dejes que se asfixie!- grité a todo pulmón, con gruesas lágrimas
rodando por mis mejillas, antes de sentirme atontada.
-Hay que
sacarlo ya- murmuró Carmen y Carliste se puso en su lugar, entre mis piernas y
pidió un bisturí.
Ni siquiera
con eso, pude dormirme.
-Bella,
¿cómo te encuentras?- Edward estaba muy preocupado, bastante.
-Atontada…-
cerré los ojos y volví a abrirlos rápidamente cuando sentí algo líquido y
caliente caer por debajo de mi trasero.
¿Sangre?
¿De dónde?
¿Acaso era
de mi bebé?
¡SE ESTABA
ASFIXIANDO!
-POR DIOS,
SACAD AL BEBÉ YA, ME IMPORTA UN CARAJO SI ME DUELE O NO, ¡SÁCALO, YA,
CARLISTE!- grité como nunca lo había hecho en mi vida, desgarrándome la
garganta e incorporándome en la camilla envalentonada.
Me daba
igual sentir más dolor, tenía que nacer mi hijo y tenía que nacer ya.
-¿Cuánta
anestesia le has puesto?- preguntó Carliste, pero yo estaba tan absorta en los
ojos de mi marido que ni siquiera escuché la respuesta.
La mirada
de Edward estaba muy preocupada, pero él intentó sonreírme para tranquilizarme,
haciendo que su preciosa boca se tornara en una mueca.
-Debería
haberla dormido ya- dijo Edward sin dejar de mirarme.
Y en ese
momento sentí algo que se removía en mi interior. Como si algo estuviera dando
vueltas lentamente.
-Estoy
consiguiendo quitarle el cordón umbilical del cuello- dijo Carliste orgulloso y
a los pocos segundos, sentí como algo se resbalaba de mi interior y me quedaba
completamente vacía.
El sonido
más precioso de todos, inundó toda la sala.
El llanto
fuerte y poderoso de mi bebé, de mi hijo. De nuestro hijo.
Lloré y caí
agotada en la camilla, con el sudor corriéndome hacia abajo y mi mirada se
inyectó más profundamente en la de Edward por enésima vez.
-Lo has
conseguido, princesa- me besó en los labios y juro por Dios que se sintió como
en el cielo.
Sonreí
ampliamente por primera vez desde que toda esta locura se desató y busqué a mi
bebé, inquita y nerviosa, e inmediatamente, vi cómo Carliste se lo entregaba a
Edward, envuelto en una mantita y se giró hacia mí.
-¡ES UN
NIÑO!- gritó con los ojos más brillantes que jamás le había visto en la vida-
¡NUESTRO NIÑO!- gritó una vez más antes de besarle en toda la carita,
consiguiendo que nuestro hijo se calmara casi al instante.
Sonreí como
si fuera mi última sonrisa y me lo puso en el pecho rápidamente.
La carita
más pequeñita y hermosa que jamás podría haber visto, se puso cerca de la mía.
-Mi niño-
susurré emocionada con miles de lágrimas recorriendo mi rostro y le besé en el
tope de su cabecita, lo que provocó que abriera sus ojitos.
Estaba
manchado de sangre y de una sustancia viscosa, que supuse sería los restos de
la placenta y demás, pero aun así era un angelito hermoso, tierno y dulce.
Sus ojos
eran del mismo color que los de Edward, tan verdes como las esmeraldas y las
pestañas, espesas y larguísimas. Su pelito era una suave pelusilla de color
bronce, pero sin duda, su boquita y su nariz eran como la mía.
Su carita
estaba un poquito morada por el esfuerzo y le besé en toda la carita sin poder
evitarlo.
Mi hijo.
Mi niño.
Mi bebé.
El bebé más
hermoso de todo el mundo.
-Mi hijo…-
Edward estaba muy emocionado, tanto que sentí sus lágrimas caer por mi cuello
cuando nos abrazó a ambos- Os amo- susurró con voz ahogada y sonreí ampliamente
con más lágrimas en mis ojos- Gracias por entrar en mi vida, preciosa- susurró
en mi oído, sintiendo sus fuertes brazos alrededor nuestra- Gracias por darnos
a esta personita, que sin duda, querré más que a mi propia vida- más lágrimas
cayeron incontroladas por mi rostro y con mi brazo libre, acaricié el suave
cabello de su nuca.
-Gracias a
ti por hacer esto posible, Edward, me haces sentir completa y la mujer más
feliz que pueda existir en la tierra…- me besó en el cuello y dejó su cabeza
ahí, rozando con sus labios el tope de la cabecita de nuestro bebé.
-Es precioso-
pude escuchar a Carmen- ¡Y UN NIÑO TÍMIDO!- todos soltamos una pequeña
carcajada al entender el punto de Carmen.
-El nieto
más guapo de todos- ahora Carliste, con voz muy emocionada también- Es
precioso, papás- nos dijo con algunas lágrimas cayéndoles por su rostro y me
acarició la mejilla- Gracias por darme este guapísimo nieto, hija- le sonreí y
miré hacia abajo, hacia la carita de mi niño.
-¿Qué pasa,
pequeño?- cerró los ojitos y su respiración se acompasó.
Se había
quedado dormido y yo también me estaba durmiendo.
Edward se
separó lo justo de mí y me besó en los labios con fascinación.
-Gracias
por darme la personita más hermosa de todas- me volvió a besar y volvió a
repetir con la voz más cargada de ternura que podría existir jamás, y yo
comencé a cerrar los ojos. Me pesaban los párpados.
-Gracias a
ti por hacerlo realidad- le sonreí débilmente y besé a mi pequeño antes de
entregárselo a Edward.
No tenía
palabras para describir cómo me sentía en este momento. Le agradecería durante
toda mi vida a mi hombre por hacerme la mujer más feliz de todas.
-Dámelo, yo
misma me encargaré de bañarlo- fue lo último que escuché por parte de Carmen
antes de caer en la inconsciencia.
Estaba en
las nubes, pero sobretodo, estaba en paz conmigo misma.
Parecía
como si me hubiera quitado un gran peso de encima, es más, me sentía como
vacía, como si mi niño nunca hubiera estado dentro de mí.
Deseché ese
último pensamiento y su carita se formó delante de mí.
Por Dios,
era el bebé más bonito que había visto en mi vida. Y no era porque era mi hijo,
ni por amor de madre, era porque era verdad.
Sentí
claridad en mis ojos y parpadeé un par de veces, antes de abrirlos por
completo.
-Bella…-
susurró esa voz aterciopelada de la que estaba completa e incondicionalmente
enamorada.
Sonreí como
una idiota al instante y vi cómo se acercaba rápidamente.
-¿Y mi
niño?- dije desesperada y él soltó una risilla y me besó en los labios antes de
sentarse a mi lado.
-Nuestro
niño- me aclaró y yo asentí divertida- Pues está llorando porque quiere comer y
le hemos tenido que dar medio biberón, él con un cuarto no se ha saciado…- abrí
mucho los ojos y me incorporé, provocando que un dolor abrasador en mis partes
bajas me parara en seco- Tranquila- me acarició la mano dónde tenía inyectada
la vía y me ayudó a que me tumbara de nuevo- Te han puesto ocho puntos,
hermosa- me sonrió.
-¿Ocho?-
estaba realmente sorprendida- ¿Y cuándo me los han puesto? No he notado nada…
ni si quiera cuando Carliste tuvo que rajar mis paredes vaginales- sus ojos se
abrieron de golpe.
-¿No has notado
nada? ¿ENSERIO?- medió gritó medio susurró.
-No…-
susurré frunciendo el ceño y él me acarició la mejilla con mucha suavidad.
-Bueno… en
realidad es muy común que pase eso- me aclaró y profundicé más mi mirada en la
suya- Estabas más pendiente de que nuestro hijo estuviera bien que en tu propio
bienestar, por lo que la subida de adrenalina ha provocado que no sientas nada…-
asentí entendiéndolo a la perfección, pero yo quería a mi niño ¡ya!
-Cariño- le
llamé cortando la verborrea- Quiero ver a nuestro niño- le sonreí ampliamente y
me cogió la cara con ambas manos.
-Por
supuesto- me aseguró y pegó su frente a la mía- pero antes tenemos que decidir
una cosa importante- volví a fruncir el ceño- Tenemos que ponerle nombre- solté
una pequeña risilla, sabiendo que tenía razón.
-Vale… creo
que está claro, ¿no?- alzó su perfecta ceja cobre.
-¿Segura?-
insistió como tantas veces había hecho en estos últimos meses decidiendo sobre
los posibles nombres, ya que no sabíamos el sexo.
-Segurísima,
¿qué mejor nombre que el de su papá?- sonreí de nuevo y él apretó sus labios
contra los míos.
Un beso
suave, pero insistente y caliente, que me hizo casi olvidar el por qué todavía
no tenía a mi niño en mis brazos.
-Mi vida…-
le llamé y él se apartó unos centímetros de mí.
-Edward
Anthony Cullen Swan…- susurró fascinado- Me encanta.
Me volvió a
besar, adentrando su lengua en mi boca y provocando que mis dedos se enrollaran
en los pelos de su nuca, atrayéndolo a mí con fuerza y gimiendo casi al
instante.
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¿QUÉ OS HA PARECIDO?
CUANDO ESTABA ESCRIBIENDO EL CAPI ME HE IMAGINADO LA CARITA TAN PRECIOSA Y PERFECTA DE NUESTRO "PEQUEÑO" EDWARD, ¿OS HA PASADO LO MISMO? Y CÓMO SE HAN COMPORTADO EN EL PARTO, ¿QUÉ OPINÁIS?
PERDONAD EL RETRASO, PERO HA SIDO IMPOSIBLE SUBIR ANTES ;)
ESPERO, COMO SIEMPRE, VUESTROS MARAVILLOSOS Y ALENTADORES COMENTARIOS.
MILLONES DE BESOS Y ABRAZOS,
ROMIINA DALYN.